Da gusto ver comer a nuestra hija. A veces me quedo embobado observando la alegría con la que mastica la comida mientras mira la televisión, como si llevara veinte años haciéndolo. Está claro que hay muchas cosas que ya sabemos de forma innata y esa es una de ellas. Desde que nació la niña sabía que el tema de la alimentación lo iba a seguir muy de cerca. Cuando yo era un niño tuve algunos problemas con la comida que derivaron en una enfermedad y era consciente de que me lo iba a tomar muy a pecho.
Y uno de los primeros problemas que tuvimos con la niña fue en relación a la leche de fórmula. No tuvo ninguna dificultad para tolerar la leche materna pero cuando probamos con la de fórmula le sentaba mal y la vomitaba. Así que es cuando la madre dejó definitivamente de darle leche a partir de que cumplió un año tuvimos que buscar alternativas.
Éramos conscientes de la importancia de la leche calcio en el crecimiento de la niña y aunque ya hay personas que empiezan incluso a negar la leche en las primeras etapas del desarrollo de un niño, nosotros seguimos siendo ‘tradicionales’ en ese sentido. Por suerte, el médico nos recomendó, entre otras opciones, que probasemos con la leche hidrolizada, un tipo de leche apta para el consumo durante los primeros años de vida que está diseñada para niños con intolerancias.
El hecho de que tuviera problemas con la leche de fórmula y no con la materna nunca se aclaró del todo. Nos dijeron que podía tener intolerancia a la proteína de la leche y cuando vimos que toleraba bien la leche hidrolizada nos preocupamos menos. Todo se produjo, además, cuando empezaba a tomar alimentos sólidos, un proceso que deben pasar todos los niños para ir acostumbrándose a una alimentación más variada.
Con respecto a la leche, todavía quedaba un paso más: tenía que pasar de la hidrolizada a la leche calcio de vaca que sería la que iba a tomar durante muchos años más. Teníamos un poco de reparo por si esa la sentaba mal como la de fórmula, pero no hubo problema. Y ahora come (y bebe) que es un primor.