Las vacunas, antibióticos, antiparasitarios y otros productos veterinarios desempeñan un papel clave en el bienestar animal, influyendo también en la salud pública y el medio ambiente.
En particular, estos medicamentos contribuyen al tratamiento eficaz de enfermedades felinas y caninas como la leptospirosis, la parvovirosis, la rabia, la toxoplasmosis. En el caso de los antibióticos, también participan de la prevención y el control de agentes víricos que, de otro modo, pondrían en riesgo al sector ganadero y al resto de la sociedad.
En este mercado, los productos más demandados son el carprofeno, el fipronil, la meloxicam, la selamectina o la ivermectina, entre otros. La investigación y desarrollo de gigantes como Bayer, Advance, Bioibérica, Braun o Boehringer Ingelheim también supone un impulso para la medicina veterinaria, cuyo impacto se siente también en el medio ambiente.
Y es que la sostenibilidad depende de un frágil equilibrio que puede verse alterado si las enfermedades proliferan sin control entre las poblaciones animales, con el riesgo de transmitirse a los humanos (zoonosis) que conlleva.
Los fármacos y medicamentos veterinarios se desarrollan y gestionan de acuerdo con las reglas medioambientales estipuladas por la UE. Los envases y materiales utilizados para su transporte y venta final también se eliminan buscando el menor impacto ambiental.
Asimismo, los medicamentos orientados al sector veterinario influyen positivamente en la seguridad y salud pública. Al diagnosticar y contener los brotes víricos en poblaciones animales, estos productos impiden que ciertos patógenos afecten a millones de alimentos destinados al consumo humano: lácteos, huevos, carnes, etcétera. Huelga decir la gravedad de enfermedades como brucelosis, la salmonelosis o la listeriosis, entre otras.
En consecuencia, los medicamentos con fines veterinarios garantizan la salud de las poblaciones animales y repercuten, de un modo directo, en el abastecimiento de alimentos sanos y de calidad para el gran público.