Mis dramas playeros 

Todos los veranos es la misma historia. Reviso con semanas de antelación las páginas de vientos para ir cotejando a qué me enfrento. Porque mi enemigo acérrimo de todos los veranos es el viento. Es una lucha titánica la que mantengo con él desde hace unos años, concretamente desde aquel primer verano en Almería en el que fui yo quien tuvo que hacerse cargo de la sombrilla.

¡Ah, la sombrilla! ¡Qué gran invento! Pero hay sombrillas y sombrillas, hay playas y playas, y nudos y nudos. Y cuando yo llegué a aquella playa almeriense y clavé ufano la sombrilla en la arena, me eché sobre la toalla a leer tranquilamente una revista y a los cinco minutos mi querida sombrilla salió volando por los aires. Entonces me di cuenta de que las cosas no iban a ser tan sencillas.

Tuve que ir corriendo atravesando toda la playa hasta recoger mi sombrilla en la otra punta. Suerte que no sacó un ojo a nadie. Durante el camino de vuelta, mientras los otros veraneantes miraban para mí como diciendo “este acaba de empezar” me dio tiempo a fijarme en las diferentes modalidades de sombrilla, agarres y sistemas antiviento. Y es que en según qué playas y en según qué épocas del año no sirve con clavar la sombrilla en la arena y hasta luego.

Vi, por ejemplo, que unos súper expertos estaban parapetados en su sombrilla refugio, una especie de sombrilla cubierta con una tela por la parte de atrás que contiene el viento… siempre que sepamos colocarla en la dirección correcta, claro. Porque esa es otra. También debes saber fijarte desde donde sopla el viento para colocar la sombrilla en dirección opuesta. Y si el viento cambia y es muy fuerte, debes girar la sombrilla. 

Bueno, unos años después de mi bautismo de fuego en Almería, cuando llego a una nueva playa ventosa lo hago con mi sombrilla refugio y con los ojos fruncidos. No podrás conmigo, Eolo, tengo piedras, tengo anclajes, tengo botellas, tengo pincho, tengo de todo para que no me lleves la sombrilla.